jueves, 12 de junio de 2025

Borbón, Borbón, Borbón y Borbón

 

Ricardo Mateos Sainz de Medrano
Jonatan Iglesias Sancho
Francisco de Asís, el rey consorte
Editorial Almuzara. Córdoba 2025.

Pocas figuras tan ridiculizadas como la del rey Francisco de Asís, cuyos primeros apellidos fueron Borbón, Borbón, Borbón y Borbón. En la cubierta de Francisco de Borbón, el rey consorte, uno de los pocos libros a él dedicados, figura la siguiente frase promocional: “¿Afeminado, meapilas, avaro, impotente? La fascinante biografía de una figura insólita en la historia de España: el hombre que se casó con Isabel II y hubo de reinar sin quererlo”,

Todas las fuentes están de acuerdo en su apariencia afeminada, pero ese hecho hace tiempo que ha dejado de ser –o debería deja de ser-- una descalificación. También hay pocas dudas sobre su homosexualidad, vivida al parecer libremente, pero sin escándalos. No resulta cierto, sin embargo, y en esta biografía se dan abundantes muestras de ello, que reinara sin quererlo. Cuatro años antes de su boda, firmó un recibo en el que se comprometía a pagar ocho millones de francos al banquero Fermín de Tastet después de su matrimonio con su “augusta y bien amada prima y reina Isabel II, como compensación por sus servicios y pago por el dinero que ya había anticipado en ese empeño”.

Fue un hombre culto, el primer rey de España que había asistido a un prestigioso centro de enseñanza. ¿Era impotente? Inexplicable resulta el empeño puesto por él y su familia en casarse con su doble prima (los padres eran hermanos y también las madres) si existiera alguna sospecha de que no era capaz de cumplir con el primer papel de un rey consorte: asegurar la descendencia. Es posible, y bastante probable, que alguno de los descendientes de la pareja real no fuera hijo biológico suyo, pero de todos fue el verdadero padre y cuidó de ellos hasta el final.

Como rey cometió muchos errores, aunque no tantos como su manirrota e irresponsable esposa. Valle-Inclán se burló para siempre de aquella reina castiza y su corte de los milagros, con su monja de las llagas y su santo confesor, el padre Claret, que hacían y deshacían ministerios, o al menos lo intentaban. Ser rey era un negocio y una ocasión de hacer buenos negocios (y eso ha sido así en España hasta tiempos recientes), como sabía muy bien María Cristina (que no desdeñó siquiera el tráfico de esclavos), la madre de la reina (y tía del rey) que jugó un papel político fundamental durante el reinado y el destierro de su hija.

No se libró Francisco de Asís de acusaciones de corrupción. De los fondos para la construcción de la iglesia del Buen Suceso faltó una importante cantidad. Al parecer había sido “prestada” al consorte real y desde entonces “la intendencia de palacio había dejado de poner objeciones al proyecto”.

Los autores de este libro, Sainz de Medrano e Iglesias Sancho, no son investigadores universitarios, pero han hecho un nada desdeñable trabajo, no se limitan a recopilar las mil y una anécdotas noveleras, algunas muy escandalosas y no todas falsas, de la época.

Abunda la documentación de primera mano, sobre todo cartas e informes privados, que nos ofrecen otra cara de unos personajes más complejos que lo que la memoria histórica ha querido retener. Sorprenden las manifestaciones de amor de la reina después de la separación: “Me parece que mi ca:riño por ti se aumenta cada día y que te bendigo cada vez que pienso cuanto me has amparado tú y velado por mí”, le escribe. Y nos hace sonreír el encuentro con Donoso Cortés, en la que la reina le informa cantando, como si de una ópera se tratara: “Esta noche, esta noche caerá el Ministeriooo”. “Señora, no es el Ministerio solo el que cae, es la Monarquía”, le responde el filósofo. “No me importa, no me importa, no me importaaaa”, replica ella con su hermosa voz de mezzosoprano.

Pero no siempre se muestran fieles los autores a su objetivo de desmentir bulos y atenerse a la documentación. Un amigo de la reina destronada, según nos cuentan, “trataba de acercarse a la infanta Pilar, de quince años” y, al enterarse el rey –ellos le llaman Paquito-- “puso el grito en el cielo, clamando que había que sacar de allí a sus hijas lo antes posible y, harto de los desvaríos de su esposa y temeroso de que la honra de su hija se viera mancillada, se plantó en el palacio de Castilla y propinó a Isabel cuatro sonoros guantazos, instándola a terminar con aquello”.

Ni en el texto ni en nota alguna se nos indica del origen de esa información. Las notas sobre la procedencia de las citas aparecen, por cierto, al final y numeradas en incomodísimos números romanos (la última lleva el número “mclxxxv”).

La vida privada de los monarcas tuvo tanta importancia en su destronamiento como los errores políticos (recordemos el grito de la Revolución de Septiembre: “¡Viva España con honra!”), sobre todo la de Isabel II que la transformaba inmediatamente en pública al convertir a sus sucesivos amantes en sus principales asesores. Francisco de Asís fue más discreto y menos veleidoso: la mayor parte de su vida tuvo como acompañante a Antonio Ramos de Meneses, un personaje bastante singular de cuya mujer se decía que era hija del rey y de sor Patrocinio, uno de tantos bulos de la época. Eusebio Blasco traza una sucinta y novelera semblanza de “el fiel Meneses”, a quien Alfonso XII acabaría concediéndole el título de duque de Baños, en su libro Mis contemporáneos.

No solo los reyes vivían entonces del presupuesto público y sin distinguir entre su fortuna privada y el patrimonio nacional, sino una multitud de parientes a los que había que casar y dotar adecuadamente. A Francisco de Asís no se le escapaba la razón de los movimientos revolucionarios que, durante el siglo XIX, derribaron o hicieron tambalear centenarias monarquías: “La revolución en España no la ha hecho el pueblo, la hemos hecho nosotros: la Familia Real”.

Sin la simpatía de su mujer, que acabó incluso conquistando a un republicano como Galdós, Francisco de Asís fue mejor rey padre y rey abuelo que rey consorte. Contribuyó todo lo que pudo a la restauración de la monarquía en la figura de Alfonso XII y su figura, aunque nunca olvidadas del todo las descalificaciones homófobas, iría siendo en su tiempo cada vez más respetada. Luego solo le salvaron del olvido las viejas y crueles burlas –al estilo de Los Borbones en pelota-- que todavía divierten al personal. Esta biografía ayudará a rescatarlo de las fáciles caricaturas.

1 comentario:

  1. Ha sido el único rey consorte de la Historia de España. Está claro que una figura muy desconocida, pero era el cachondeo de la época. No tenía ni idea de que fuera un hombre culto.

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